domingo, 28 de noviembre de 2010

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Mis uñas casi rozaban la lisa pared cuando dibujaba con una diminuta piedra líneas del tamaño de un clip, cuando la oscuridad se apoderaba de la pequeña mancha de luminosidad reflejada en el suelo de aquella sala; líneas que significaban días enteros mirando por un único ventanuco del tamaño de una mano, con un cristal irrompible e insonoro, que impedía la llegada de aire de los alrededores de un lugar que desconocía, desde que mi piel apreciaba un color medio moreno y rojizo de un pasado verano lleno de bañadores y risas, desde que la felicidad, el miedo y la tristeza se unieron para formar una lágrima de emoción, verdadera emoción, y desde que mi cigarro quemó el ultimo tiempo de mi sonrisa.

Jugaba con mi alianza, mi segunda alianza, mientras recordaba de nuevo aquellos ojos verde olivo y la manera en la que el destello de un objeto menos grande que su corazón le arrebatara su sonrisa, parara sus latidos y alentara los míos. Recuerdo cuando estaba tendido en el suelo, con la respiración entrecortada y me sujetaba la mano con la misma fuerza con la que sus ojos te agarraban el alma. En aquel momento sentí tantas cosas al mismo tiempo que aquella lágrima corrió por mi mejilla con unas cuantas más deseando que su mano no me soltara nunca y que sus ojos me agarraran siempre.

Las líneas que marcaban esos días, en los que me encontraba como en una jaula, fueron llenando toda una pared, convirtiéndose en algo parecido a una camisa de rayas cortas. El silencio casi siempre tuvo el poder en toda la sala y yo lo alimenté de preguntas confusas que a veces no tenían respuesta.

¿Cómo una persona celosa de su presente pudo hacer tal cosa? Una persona con que tiempo antes compartí una alianza en común, un hombre que amé, pero todo quedó atrás excepto, al parecer, su manera de pensar acerca de la mujer, aquella envidia que le corría por las venas y su manía con apropiarse de lo que apreciaba, desde su punto de vista, cada vez que no estaba a su alcance.

Sentía un dolor en el estómago y cada día que pasaba en aquella habitación cerrada me sentía más incomoda y más se repetía aquella imagen en mi cabeza como un disco rayado: un arma, un revolver disparado por un hombre, mi ex marido, hacia un inocente, mi marido. Todo aquello fue muy rápido y muchas veces vuelvo a la pregunta: ¿Se puede ser culpable por amar a alguien? No lo sé, pero a veces parece que una sola persona puede hacerte pensar como ella, con una mirada o con una simple bofetada.

A veces él llegaba y desviaba mi mirada de la ventana, rompía el silencio y me golpeaba por placer propio. Perdí la cuenta de mis heridas y moretones. Él siempre creyó que era suya y aún separándonos seguía pensando que yo era de su propiedad. Tal machismo me aplasta, me agobia, pero nunca he podido hacer nada por ello.

Fue un día, aquel en el que dejé de dibujar diminutas líneas en la pared, en el que esbocé una sonrisa.

Mi secuestrador entró por aquella puerta dura metalizada que había intentado traspasar inútilmente con mis puños cantidad de veces, portaba un arma, la que de un solo movimiento de su amo había acabado con la vida de mi vida. Creo que siempre la llevaba pero nunca me molesté en pensarlo. Estaba medio borracho y como siempre fue directo al maltrato de su ex mujer; después de defenderme casi inútilmente él se dispuso a marcharse, le arrebaté el arma con un ágil movimiento y la sostuve en la mano casi sin saber lo que había hecho. No pensaba matarlo, no era como él y tampoco lo sería. Casi sin pensar me abalancé sobre él y tras un corto enfrentamiento conseguí darle en la sien con el revolver dejándolo inconsciente. Me senté en el suelo agotada y sentí un dolor horrible en la parte de mi estómago, vi sorprendida como se asomaba un puñal de mi abdomen y sabía que por momentos todo seguramente acabaría en un desangramiento, pero no quería morir así, no asesinada por el hombre que se encontraba en esos momentos sin conciencia en el sucio suelo de aquella sala en la que me había mantenido meses, tal vez años. Agarré el revolver con las dos manos, una lágrima de emoción corrió por mi rostro después de mucho tiempo, esbocé aquella sonrisa que esperaba y me introduje el arma en la boca, cerré los ojos y recorrí mis recuerdos encontrando lo que buscaba, aquellos ojos verde olivo que siempre me agarraban el alma.

1 comentario:

  1. Duro relato, la verdad...
    Me ha echo engancharme hasta el final, donde me alegré de su posesión del arma, i me entristecí con su lenta muerte...
    Muy bueno! :)

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